Volví a acordarme de los tiempos en los que yo miraba a chicas como yo por la calle sentado con mis
colegas en un banco del parque. Recordaba que las odiaba a muerte porque eran
orgullosas, maleducadas y encima se creían más que cualquiera, como mi hermana
Belén, con sus ropetas ajustadas y sus aires de niñas pijas... en resumen, unas
putas. Recordaba también como entre las sábanas de mi cama escuchaba las risas
de Belén con Jonia cuando ambas llegaban por la noche después de salir de marcha
y cerrando los ojos me masturbaba sintiéndome una mujer diez. Había pasado mucho
tiempo desde aquello, mucho mas tiempo mental que real, porque no hacía ni dos
años desde que mi hermana me pillara con sus pantalones puestos y yo ya había
cambiado tanto que ni mi madre me reconocía. Entonces yo era una persona
insegura, llena de fantasías que pensaba imposibles de cumplir y sobre todo un
chico decente. El culo me dolía bastante todavía después de que Agracie, la
negra de la noche anterior, me hiciera sentir mas mujer y mas puta que nunca
antes nadie. Y es que me había penetrado de tal forma que no solo mi cuerpo se
había abierto a todo ese placer. Me sentía diferente, como mas segura, mas
echada para adelante... en resumidas cuentas: mas puta.
Al pensar eso sonreí de oreja a oreja. Quien me hubiera dicho
entonces metido entre sabanas escuchando a Belén contar a Jonia los chicos que
se habían ligado aquella noche , que en dos años iba a ser el arquetipo de zorra
que siempre había odiado.
Salí del bar con el vaso en la mano y me senté al lado de un
chico bastante atractivo, de esos que tienen el pelo muy corto, la camiseta muy
pegada al cuerpo y un cubillo relleno y redondo. El me miró de arriba a abajo
y siguió leyendo una revista de coches de carreras, aunque sabía que me miraba
por el reflejo del cristal. Saqué un paquete de chicles.
También me sorprendió las ganas de tomar algo de alcohol a
esas horas de la tarde, claro que después de pasarnos en la playa dos semanas
borrachas y puestas de coca hasta las cejas, era normal que mi cuerpo quisiera
seguir aquel ritmo. Dos días separada de la influencia de mi hermana y notaba
que me estaba desbocando, porque ella siempre era la que pisaba el acelerador o
tiraba del freno de mano según la ocasión... Pero yo sola, era como bajar un
puerto de montaña en punto muerto.
Di una calada al cigarrillo y me rasqué la nariz. Tenía unas ganas tremendas de llegar a la costa y que Dina me llevara a mi nueva casa. Le di un sorbo grande al vaso pequeño y saboreé el humo del
cigarro antes de soltarlo contra el cristal. El tren basculó de un lado a otro
al pasar por un cambio de vías y puse mi mano encima del vaso para que no se
vertiera por la encimera marrón del coche-bar. Mi hermana, Jonia, Teresa e Arene
iban a quedarse definitivamente una semana más en la playa y Dina me había
convencido para que me mudara a una casa cerca del estudio fotográfico que el
tenía en el norte del país. Casi me sentía una estrella incluso antes de que me
hiciera la primera foto y eso hacía que últimamente me comportara como una
gilipollas. Porque Dina me dijo que si yo quería haría de mi una estrella, pero
que para eso debía madurar un poco y dejar las inseguridades que arrastraba.
Por fin el tren se paró. La estación era enorme, llena de árboles y palmeras, de gente corriendo de un lado a otro con maletas y seis o siete trenes diferentes pitando en las vías. Busqué el cartel de Salida y con las dos maletas al hombro ande como pude sobre las plataformas hasta la puerta.
La humedad se notaba en todos los rincones. El mar estaba a escasos metros de
allí y no pude dejar de recordar la casa de Teresa y las fiestas nocturnas con
ella. Las echaba de menos... Encendí un cigarro dejando las maletas en el suelo.
Dina tenía que estar por allí. El me miró con una expresión fría y negó con la cabeza. Me
desabroché el primer botón de la camisa y me abaniqué la cabeza con la mano.
¿Qué cojines estaba haciendo?, me pregunté. Una cosa era que estuviera
cumpliendo mi sueño de ser una mujer llena de curvas sensuales y otra que me
convirtiera en una puta en mayúsculas. Me levanté nerviosa. Miré por la
ventanilla y me volví a sentar. La estación estaba cerca ya, y deseé estar ya
allí, porque tenía la libido por las nubes. Fui a darle un beso en la boca pero el puso la mejilla. Me
quedé parada un segundo. Noté que alguien me cogía por el codo. Dina. Llevaba una
camisa naranja apretada y un pantalón vaquero ancho con bolsillos a ambos lados
de las piernas. Sonreí y le di un abrazo muy sentido. Su cuerpo estaba caliente
comparado con el mío.
Me miró con sus ojos grandes. Yo asentí intentando no parecer
insegura. Ya me lo había dicho muchas veces: Tenía que saber lo que valía. Le
acompañe hasta un coche deportivo, un BMW descapotable de color ceniza. Él dejó
las maletas detrás y me abrió la puerta. Hacía un día soleado y claro y cada vez
que respiraba el sabor del mar se me metía hasta el cerebro. Dina puso su mano en mi entrepierna apretando un poco. Sentí lo que siempre siento cuando alguien me toca allí. Unas ganas irrefrenables de follar. Por la mente se me paso un segundo el desabrocharse el pantalón y
hacerle una mamada allí mismo, mientras conducía como muchas veces había
fantaseado. Era como si me viera en una película con la cámara fuera de mí. Mi
mano fue hasta su pantalón y le desabroche el primer botón. Yo asentí mecánicamente cuando el paró el coche en una calle menos transitada. Un edificio marrón se alzaba enfrente. El salió del coche y
cogiendo mis maletas entró en el edificio no sin antes apuntar con las llaves al
BMW que emitió un sonoro pitido luciendo los focos varias veces. Le seguí
agarrada a mi bolso rojo pequeño de plástico mientras movía mis caderas de un
lado al otro debajo del pantalón vaquero desgastado. Dina parecía muy serio, y
eso me ponía nerviosa, pero Belén iba a estar tan orgullosa de su hermanita...
iba a dar lo mejor de mi. Entramos en una habitación espaciosa con varias
puertas cerradas. Me llevó a través de un pasillo largo hasta una de ellas, la
abrió y dejó mis maletas encima de una de las dos camas que ocupaban casi toda
la habitación. El sol entraba por la ventana grande que había en el fondo.
Después me enseñó el baño, la sauna, otro cuarto lleno de maquinas de gimnasio y la cocina.
Estaba bastante confundida, además de caliente. Cogí a Dina del brazo y me agaché mordiéndole poco a poco la camisa.
El me miraba desde arriba sonriendo. Tenía su polla entre mis labios y
comenzaba a succionar todo lo fuerte que podía, haciendo que sintiera mi
piercing de la lengua mientras jugaba con su fresón. Era mas pequeña que la de
Agracie, pero no podía contenerme. Le hice una mamada continua tocando con mis
manos sus huevos, hasta que un chorro espeso y caliente cruzó mi garganta. Lo
saboreé como si fuera agua fresca en un desierto. Me levanté roja e hinchada de
placer. Si mi hermana hubiera estado allí seguro que me decía lo pervertida que era y que tuviera
cuidado, que las chicas fáciles no son tan morbosas. Me empujé con la espalda y
fui recorriendo las habitaciones con el re gustillo del semen de Dina en mi boca.
Me acerqué a una de las ventanas del salón y vi como la playa kilométrica de la
costa se alejaba hasta donde no podía ver. Parecía un hormiguero desde tan
arriba. Me di la vuelta y fui hasta mi cuarto. Deshice la maleta poniendo toda
mi ropa en las repisas libres de un armario blanco bastante austero. Respiré
sentándome en la cama de la derecha. Iba a tener que vivir entre chicas, hacerme
fotos... y por lo que parecía, hacer gimnasia. Escuché la puerta de la casa
abriéndose y unas risas agudas se acercaron por el pasillo. Me levanté nerviosa. Por la puerta aparecieron dos de las mujeres mas guapas que había visto nunca. Eran increíbles. Las dos eran morenas, una con el pelo liso y largo y la otra con el pelo rizado como el mío, aunque mucho más corto. Se quedaron mirándome. Tenia unas caderas muy sensuales y me sorprendió que fuera tan alta. Me dio dos besos y comenzó a quitarse el bikini azul que llevaba. Me quedé embobada al ver que
aquella mujer modelo tenía una polla entre sus piernas. La otra chica, Cristina,
de ojos azules y pelo rizado hizo lo mismo con el mismo resultado. Me desnudé y cogí mi toalla rosa. No sabía lo que Dina esperaba de mi, pero yo no era ni mucho menos como Maura y Cristina. Ellas
tenían algo mas que yo: seguridad, feminidad. ¿Y si las fotos no eran como
Dina esperaba?... ¿y si tenía que hacer cosas que yo no quería?. Cerré la
mandíbula fuerte y di un paso para salir de la habitación. Si había llegado
hasta ahí en solo dos años lucharía por llegar más lejos, como siempre me decía
mi hermana, tía, que eres especial. Me miré al espejo del cuarto de Cristina de
camino al baño y me sonrojé tapando mis pechos minúsculos con la toalla. A veces
se me olvidaba que yo no había nacido mujer y que me quedaba mucho por hacer, o
esconder. Las paredes blancas de casa me relajaban. Tenía todavía varias horas
por delante para poder prepararme hasta las primeras fotos. Metí primero una pierna dentro de aquel baño de burbujas y después dejé que mi cuerpo se introdujera hasta el fondo. Un pequeño asiento de
plástico paró mi culo.
Comenzó a subir y bajar su mano con mi pene dentro, y yo tuve
que cerrar los ojos del gusto. El agua estaba muy caliente, las burbujas me
hacían cosquillas, Maura era una belleza y joder, todo aquello era como un
sueño. Mi polla se hizo mas grande y noté que un dedo que no era el mío se metía
en mi boca. Instintivamente saqué mi lengua y jugué con él. Llevaba un anillo
plateado que estaba frío en comparación con el resto. Su uña era muy larga y a
veces me rascaba la punta de la lengua. Me dejé llevar. Abrí mis piernas y el
agua a presión se introdujo por mi culo. Comencé a respirar muy fuerte. Maura
paró un poco la velocidad de su mano y me soltó la polla que ahora apuntaba
hacia el cielo. Se sentó encima mío con las rodillas a la altura de mi cara y
con su mano volvió a coger mi polla, esta vez para introducirla en el culo
poco a poco. Abrí los párpados y sus ojos verdes me miraron con lujuria. Yo apoyé mis manos en la barandilla metálica del jacuzzi y comencé a hacer flexiones con mi cuerpo. Sabía perfectamente lo que era que una polla te partiera por la mitad, y por ello sabía que hacer para que ella
sintiera lo mismo que yo solía sentir. Ella cerró los ojos y bajó su cabeza. Su pelo negro se sumergió en el agua. Me mordió el cuello hasta que grité de dolor. En ese momento me corrí dentro de su cuerpo. Ella respiró hondo. Vi que por el agua flotaban unos hilos pastosos que se iban por el
sumidero saltando entre las burbujas. Maura se sentó a mi lado de nuevo y echó
la cabeza hacía atrás respirando fuerte todavía. Yo me sentía como si Jonia me
hubiera violado. Se estaba poniendo un pantalón rojo muy chillón y estaba escondiendo su polla entre las piernas. Tenía una camiseta negra de tirantes muy pequeña y sus pechos parecían no querer quedarse dentro.
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